Sr. Luis Fernando Salazar Alvarado | Foro en el Colegio de Abogados, Costa Rica
recordar el pasado

Sr. Luis Fernando Salazar Alvarado | Foro en el Colegio de Abogados, Costa Rica

 

Buenos días, señoras y señores de la mesa principal, señor embajador de Israel, señoras y señores.

Me es grato saludar a todos ustedes esta mañana y agradecer la amable invitación que me dirigió la Embajada Mundial de Activistas por la Paz, para acompañarles en este Foro que lleva el significativo título de “Educando para No Olvidar”.

A lo largo de muchos decenios, casi ya dos siglos, y a pesar de ocasionales altibajos, el pueblo de Costa Rica en comparación con otros menos afortunados, ha podido disfrutar de una vida casi excepcional de respeto a las libertades civiles y políticas, a las que a mediados del siglo XX se añadieron los derechos sociales y económicos; pero siempre es interesante recordar que ya en el Pacto de Concordia de 1821, verdadera partida de nacimiento de nuestro país, se proclama que Costa Rica reconoce y respeta la libertad civil, la propiedad y los demás derechos naturales y legítimos de sus habitantes, y los de cualesquiera pueblo o nación.

Este antiguo compromiso con las libertades y derechos de otros pueblos se ha plasmado a lo largo de muchos decenios en una política exterior en la que los Derechos Humanos, la defensa de la paz, la cooperación solidaria, ocupan lugares relevantes.

El compromiso de Costa Rica con los sistemas de protección de los Derechos Humanos, tanto en el Sistema Interamericano como en las Naciones Unidas, es uno de los cimientos de nuestra diplomacia y también de nuestro sistema jurídico, ya que la Sala Constitucional ha consagrado el principio de que los convenios internacionales sobre los Derechos Humanos deben de tener −por su propia naturaleza− un rango superior a cualquier normativa nacional.

Todo esto está muy bien, pero también hemos de reconocer que el ser humano, costarricense o no, suele tener una memoria limitada. Es fácil que ante una existencia relativamente segura y tranquila, tendamos a olvidar las grandes tragedias de la historia. Solemos apartar la mirada de lo desagradable, de lo triste, de lo terrible. Por la distancia en el tiempo podemos leer hasta con cierta indiferencia sobre masacres o catástrofes de épocas remotas, y si acaso decirnos a nosotros mismos que se trata de situaciones de hace milenios, o por lo menos muchos siglos, cuando imperaba el salvajismo y la barbarie. Es cómodo, agradable, hacernos a la idea de que eso ya no pasa, de que el ser humano ha evolucionado hacia planos superiores, y que el conocimiento de los horrores del pasado es tema para historiadores, para filósofos, para profesores universitarios y, en suma, para especialistas.

Pero resulta que esa seguridad complaciente, esa zona de confort mental resulta de un lamentable y peligroso desconocimiento del pasado inmediato.

El siglo XX, tan rico en inventos y en desarrollos tecnológicos, fue también el más monstruoso en cuanto a la deliberada eliminación de seres humanos por otros seres humanos; y no hay que pensar tampoco en que se concretaron en el Holocausto o en las víctimas del totalitarismo stalinista; en años recientes, dolorosamente, mientras todos los presentes ya teníamos uso de razón, situaciones como la de Ruanda u otras similares en diversos continentes, volvieron a nutrir las crónicas de los horrores.

Hay gente hoy, desde la comodidad de la distancia geográfica o histórica, que llega a negar o a minimizar el Holocausto u otras enormes demostraciones de brutalidad perversa e irracional, por intereses ideológicos, religiosos o raciales.

Pero, tanto negar estas tragedias como alejar la vista de ellas, nos puede conducir a que tarde o temprano seamos nosotros o nuestros hijos las víctimas de fenómenos semejantes. Ningún pueblo, ningún país de ningún continente, está exento de sufrirlos en carne propia; no hay vacuna ni antídoto.

A lo largo de la historia, muchos han dicho: “Aquí no puede pasar, este país es diferente, son rumores; esos odios son cosas de una minoría insignificante.” Y al final tuvieron que pagar dolorosa y amargamente su imprevisión o su indiferencia.

No hay, en efecto, antídoto; pero sí hay medios de prevención. Y hasta el momento ninguno más efectivo e impactante que la Educación.

Por eso me parece inmensamente importante la labor que realiza la Embajada Mundial de Activistas por la Paz y el tema central de este Foro: “Educando para No Olvidar”.

La Educación por sí sola no dice nada, la barbarie nunca ha sido monopolio de los bárbaros. Pueblos inmensamente cultos, con elevados niveles de instrucción formal, fueron tanto víctimas como verdugos en los fenómenos del exterminio. De allí la importancia de subrayar, de poner énfasis en: “para No Olvidar”, para No Repetir, para No Sufrir ni hacer sufrir; una Educación dirigida no sólo al respeto y a la comprensión hacia aquellos que a veces nos resultan los otros, sino también a la construcción solidaria e integrada de nosotros; un “nosotros” de armonía, de fraternidad, donde las diferencias enriquezcan en vez de separar; es tiempo ya de un nuevo pacto de concordia pero entre todos los seres humanos.

Muchas gracias.

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Fecha: 
access_time Jue, 01/23/2014 - 09:43