Gerardo Amarilla | La importancia de la democracia para la construcción de la paz entre las naciones.

Gerardo Amarilla | La importancia de la democracia para la construcción de la paz entre las naciones.

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Muchas gracias, buenas tardes. Prefiero hablar aquí, porque hay que combatir y hay que luchar contra la modorra que viene después del almuerzo, que a todos nos afecta; y más que es un tema a veces que parece tan etéreo y tan difícil de bajar a tierra, este que vamos a abordar hoy, que me gustaría reflexionar con ustedes en esta tarde la importancia que tiene la democracia como régimen, como sistema, para la construcción de —realmente— una paz entre las naciones del planeta.

Si recordamos, la palabra democracia (que viene del griego) significaba ‘el poder del pueblo’, y la podemos traducir como tal; y fue concebida por los atenienses para definir el sistema de gobierno de la ciudad, donde las decisiones las tomaban una asamblea de ciudadanos.

Claro, el concepto que tenían de ciudadanos en el siglo VI a. de C. (o sea, 500 años a. de C.) no es el que tenemos hoy, era muy limitado; no integraban esa categoría ni las mujeres, ni los esclavos, ni los extranjeros.

En algunos casos podemos decir que hemos evolucionado, en otros no; porque en realidad los refugiados y los desplazados —que tantos miles y miles hay en nuestro planeta— no tienen derechos ciudadanos tampoco hoy. Han pasado 2500 años desde la democracia ateniense y los refugiados y los desplazados no tienen ningún derecho de ejercer ciudadanía, ni mucho menos las nuevas formas de esclavitud que hay en nuestro tiempo. Realmente, poblaciones muy vulnerables, mujeres y niños viven en situaciones pésimas de vida y de condiciones de trabajo que afectan millones de personas en nuestro planeta.

De todas formas, la diferencia sustancial era, en esta ciudad de Atenas, que la participación colectiva de un número importante de personas en las decisiones de la sociedad, que se diferenciaban sustancialmente de lo que pasaba en el resto de la región de ese tiempo donde reyes y emperadores eran los que tomaban las decisiones, concentrando el poder absoluto en una persona, sin límites ni controles, sin contrapesos y sin posibilidades de cambiar esa situación pacífica y civilizadamente.

A veces leemos esto, y estos regímenes absolutos sin posibilidad de ser transformados o cambiados por los ciudadanos parece que pasaran 2500 años después.

Todas estas situaciones se daban muchas veces, durante muchos años, generando inestabilidad y hasta conflictos internos, que lamentablemente terminaban internacionalizándose.

En el mundo antiguo también tenemos el ejemplo de la República romana, que fue de corto período, donde se elegía a sus dirigentes y se aprobaban leyes mediante asambleas populares. Lamentablemente, debido a la manipulación, que generalmente no se respetaban las posiciones ni los intereses de la mayoría, es que lamentablemente no se considera a la República romana como un sistema democrático.

La República se degeneró en el despotismo del imperio; pero las ciudades libres de las actuales Italia, Alemania, Países Bajos y hasta la propia España aplicaron algunos principios democráticos durante mucho tiempo, incluso hasta la Edad Media.

Nosotros en Latinoamérica a veces despreciamos, pero realmente teníamos los cabildos, que eran un ejemplo de participación popular y democracia; muy limitado, muy acotado, como lo decíamos en la democracia ateniense, pero eran claramente algunos resabios de esa institución romana que realmente le daba a las ciudades de poder resolver algunos temas; y bueno, de alguna manera había allí una participación popular.

  • En la Edad Moderna y en el Renacimiento los cambios sociales y económicos de Occidente llevaron a que cada vez más integrantes de la sociedad se comenzaran a interesar en asuntos de gobierno, y resurgió la necesidad de poder incidir en la toma de decisiones que afectaban su vida.

El resultado de esto fue el resurgimiento del espíritu de libertad basado en los antiguos principios griegos y romanos. Los conceptos de igualdad de derechos políticos y sociales se definieron aún más durante el Renacimiento, en el que se vio potenciado por el desarrollo del humanismo, y más tarde, durante la Reforma protestante, por la lucha de la libertad religiosa.

En ese momento se generaron fermentales debates sobre escritos antiguos y las experiencias de Grecia y de Roma, que comenzaron a revalorizar la participación de todos los hombres en la toma de decisiones de los Estados.

  • Sin ninguna duda que la Reforma (y estamos conmemorando, justamente en este mes de octubre, los 500 años de la Reforma protestante) tuvo, sin duda, impactos trascendentes en la historia de la humanidad. Ese proceso que comenzó cuando Martín Lutero clavó las 95 Tesis en la abadía de Wittenberg —y con ello desafió el poder absoluto de Roma— inició un proceso que tuvo derivaciones en diferentes áreas de la sociedad, como la ética del trabajo, la universalización de la educación, la expansión de las finanzas y su sistema de ahorro y crédito, el respeto por la propiedad privada, la promoción de las ciencias, la revalorización de la mujer, el imperio de la ley como regla de convivencia, la separación de poderes como límite de los abusos y el concepto de servidor público del gobernante.
  • Sin duda que todas estas ideas comenzaron a generar movimientos que intentaron plasmar en la sociedad, produciendo entonces cambios sociales sustantivos que desafiaban el statu quo existente y promovieron conflictos que derivaron en nuevas experiencias de gobierno.

De allí en adelante nada fue igual, y las pretensiones plasmadas en la famosa frase del monarca francés absoluto, “el Estado soy yo” (L'État, c'est moi), ya no serían regla, y comenzaba a cuestionarse para siempre en la manera de encarar al Gobierno.

En el libre acceso a las Escrituras terminan ayudándonos a entender el libro escrito por el profeta Isaías cuando dice que “Dios es nuestro rey, es nuestro legislador y es nuestro juez”. Allí abrevaron los pensadores del Renacimiento y entendieron que habían tres funciones diferentes: ejecutar, legislar y juzgar; que esas tres funciones cuando están en manos del Creador, el Todopoderoso, el Arquitecto del universo o una fuerza superior, evidentemente pueden estar juntas; pero cuando bajan al hombre esas funciones, al hombre perfectible, al hombre imperfecto, que se inclina por los vicios y que tiene apetitos de poder, allí hay que separar las funciones, necesariamente hay que separarlas.

Y ahí los pensadores franceses, de alguna manera comenzaron a pensar que esa separación es la garantía de controles y contrapesos que pueden asegurar la libertad y el respeto por los derechos individuales de los seres humanos, fundamentalmente de los más humildes y de los menos poderosos.

Así mismo se revalorizan algunos hechos ocurridos muchos siglos antes, en la experiencia de Grecia y Roma, cuando en el éxodo por el desierto Moisés llama a la elección de jueces entre las tribus. Calvino analiza esto diciendo que «aquí surge claramente que los que iban a presidir en juicio no eran designados sólo por la voluntad de Moisés sino electos por la voluntad del pueblo. Y esta es la más deseable clase de libertad: que no deberíamos ser compelidos a obedecer a toda persona que pueda ser colocada tiránicamente sobre nuestras cabezas, sino a la que surge de una elección; de tal manera que nadie pueda regir a menos que fuera aprobado por todos nosotros».

Y ahí tenemos el despertar de este nuevo tiempo, en el cual quedan plasmadas algunas premisas muy importantes:

  • En primer lugar, el imperio y la primacía de la ley; que esté por encima de la voluntad antojadiza de los gobernantes (en América Latina nos falta mucho para llegar a esto todavía, lamentablemente).
  • Que lo ideal es la participación del pueblo, de la ciudadanía en la elección de esos gobernantes.
  • Que el poder nunca esté absolutamente concentrado en una persona o grupo, sino que lo ideal es que esté separado como forma de generar esos sanos equilibrios.
  • Que exista un sistema de controles permanentes para que esos gobernantes no se desvíen de su principal objetivo, que es trabajar por el bien común, gobernando y dirigiendo con equidad y con justicia.
  • Luego tenemos la Revolución inglesa. John Locke decía que la naturaleza humana tiene una innegable tendencia hacia el mal y por ello los poderes deben estar separados como formas de evitar la tiranía.

Como fruto de estas ideas y de la apertura que generaron, Holanda se convirtió tempranamente en una república y se beneficia de los judíos expulsados por Europa, que allí tienen prósperos negocios comerciales y financieros; las naciones escandinavas asisten a un parlamentarismo creciente y fuerte; en Inglaterra, ya en la mitad del siglo XVII, se constituye un ejército que estaba sometido al parlamento y que era para custodiar las libertades de creencia, la expresión de los ciudadanos y el respeto por la representación popular y por la propiedad privada.

  • Luego tenemos la Revolución francesa, que lamentablemente tuvo poco éxito, un limitado éxito en el establecimiento de un nuevo régimen estable y fuerte que pudiese sustituir al absolutismo; pocos años después había un golpe de Estado y se decretaba como emperador a Napoleón.

Pero de todas maneras la Revolución francesa nos deja un legado muy importante a la humanidad, que es la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; que allí en ese documento se establecen también o se reafirman algunas premisas que como un reguero de pólvora alimentan el advenimiento de una nueva etapa.

La declaración de que los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos y que además la finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre, aclarando que estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión, son unos plasmados de esa Declaración que de alguna manera está declarando que hay nuevos vientos en Europa que contagian al resto del planeta.

  • La Declaración de Independencia de los Estados Unidos también es una obra maestra que habla sobre una nueva concepción del sistema democrático y del relacionamiento entre gobernantes y gobernados en un pacto que debe ser respetado por ambas partes.

En estos primeros párrafos donde se sostiene que como evidentes las verdades de que los hombres son creados iguales, que son dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables, que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, es un reconocimiento de que esos derechos son, por origen, natural, y que nunca más podrán ser cercenados por ningún gobernante.

Y aclaran además, en el segundo párrafo de esa Declaración, que para garantizar estos derechos los hombres instituyen (hombres y mujeres obviamente que incluimos) poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quieran que una parte del Gobierno destruya los principios, el pueblo tiene el derecho a reformarlos o a abolir e instituir un nuevo Gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.

Se determina la naturaleza instrumental de los Gobiernos en este párrafo, que cuando no sean felices custodios de los derechos de los individuos o pretendan avasallarlos (como es lamentablemente en muchos casos en la actualidad), el pueblo tiene el derecho y el deber de cambiarlos o sustituirlos.

Este sistema de alguna manera —que nace con la Constitución de Estados Unidos— tiene una estabilidad en el tiempo y genera ese complejo de pesos y contrapesos que evitan las desviaciones y las tiranías que temía John Locke.

Y como dijo Abraham Lincoln en el Discurso de Gettysburg: «Que esta nación, por la gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad; y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la Tierra».

En esta declaración de Lincoln (que en realidad algunos autores la atribuyen a un obispo de Inglaterra algunos siglos antes) nos está hablando algo más exigente que una democracia como un sistema que suponga solamente la expresión del pueblo, sino que tiene que ver con la finalidad del sistema, con los objetivos a perseguir y con los necesarios beneficios del sistema, para quién tienen que ser; no es solamente contar los votos y saber quién ganó una elección y punto.

Los desafíos de nuestro tiempo

Muchas veces hemos escuchado que la democracia no es un sistema perfecto, pero que es la forma de gobierno perfectible, la mejor forma perfectible que la humanidad ha podido encontrar; y tenemos que preocuparnos en cada tiempo en mejorar ese instrumento para intentar resolver los nuevos problemas o afrontar los nuevos desafíos que se nos presentan.

Todos hablamos de la democracia, pero es importante detenernos un minuto en qué tipo de democracia tenemos y qué riesgos tenemos incluso dentro del propio sistema.

  • Por eso es tan importante, como tratar de mejorar la herramienta, es el estar atentos o alertas a los riesgos que permanentemente se presentan y que desde adentro del sistema buscan distorsionarlo. Está siempre latente la presión y el peligro de esos grupos minoritarios o no, que puedan intentar avasallar los principios y pilares sobre los que se sustenta la democracia.
  • Resulta fundamental resaltar, por lo tanto, la importancia —como lo dijo hoy el Dr. William Soto Santiago— de la legitimidad del Gobierno en su origen, pero también en la legitimidad sobre su desempeño; la supremacía de la ley que debe estar por encima de las instituciones y, por supuesto, de los hombres y mujeres que ocupen las diferentes funciones; debe ser la regla de oro que no podemos permitir que sea vulnerada ni en lo más mínimo.
  • La importancia de preservar la transparencia en los procesos electorales resulta fundamental antes del proceso, durante el proceso y después del mismo.

Lamentablemente nos hemos acostumbrado en América Latina, en gobernantes que no saben distinguir entre Estado, gobierno, candidato y partido político; mezclan todo y utilizan, lamentablemente, el poder del Gobierno descaradamente para inaugurar obras, beneficiar a la ciudadanía, hacer presión o dádivas a la prensa en pleno de las campañas electorales, distorsionando el proceso e influyendo en la decisión popular.

  • Transparencia en la gestión constituye hoy también un pilar fundamental (y se habló en la mañana), donde los ciudadanos nos merecemos el libre acceso a toda la información de los Gobiernos, y poder juzgar, cuestionar, revisar, impugnar las decisiones que afecten los recursos que son de nuestra propiedad y que los gobernantes administran solamente por nuestro mandato y autorización.

Con tristeza asistimos a un pretendido neoconstitucionalismo en América Latina, que lo que ha derivado es en un neoabsolutismo. Personas, grupos o partidos que se pretenden eternizar en el poder, viciado con uso de las preventas del Estado, confundiendo la administración de la cosa pública como si fuera privada.

  • La democracia debe asegurar que los ciudadanos, sin trampas ni manipulaciones, podamos libremente cambiar a los gobernantes. La alternancia de partidos y personas en el poder debe ser garantizado; y el hecho de que ello suceda sin traumas es el mejor síntoma de una buena salud de la democracia.
  • El funcionamiento de separación de poder del Estado, la independencia de los mismos, que aseguren un justo equilibrio en el sistema de pesos y contrapesos, resulta un requisito imprescindible para garantizar las libertades individuales a los ciudadanos y los derechos humanos.
  • Otro pilar no menor, es garantizar la verdadera libertad de prensa, independencia y competencia de los medios de comunicación. En nuestras sociedades es mucho el poder que tienen estos medios y debemos estar atentos a la manipulación de los mismos, o al uso indebido que pueda hacer el Estado, las empresas o las corporaciones. Tenemos que también evitar la concentración en pocas manos, de esos medios.
  • Estamos asistiendo, además, a una revolución vinculado al desarrollo exponencial de la tecnología y la aparición de las redes sociales; eso tiene que ver con el cambio de conductas, gustos y el uso de la información por las vías no tradicionales. Las campañas electorales ya se están juzgando en las redes sociales, gran parte de estos medios son fundamentales para los partidos y para los Gobiernos.

Podemos decir con algunos autores, que estamos frente a una transición de una democracia a partir de lo que ha sido internet; tal vez hasta el cambio más radical del sistema democrático, republicano y representativo que tenemos en la democracia contemporánea.

Hay autores que hablan de una transición desde la democracia madisoniana tradicional y representativa, donde los ciudadanos eran meros espectadores, que se expresaban apenas con el voto cada cuatro o cinco años; en una democracia jeffersoniana, directa, donde a través de la maravilla de las redes sociales los ciudadanos no se limitan a ser espectadores, quieren ser actores, quieren opinar, discutir, cuestionar. Esto produce una mayor y mejor información de los ciudadanos, un mayor involucramiento en los asuntos públicos y, por ende, un fortalecimiento de la democracia.

Este nuevo ciberciudadano se transforma en un fiscal permanente de sus gobernantes, fortalece la democracia y mejora los niveles de eficiencia, honestidad y excelencia de sus representantes.

Estas exigencias de las democracias contemporáneas también contribuyen a condicionar a los gobernantes como buscadores de las mejores condiciones en el disfrute de los derechos y el goce de las libertades para sus gobernados.

La paz constituye un estado más que necesario, imprescindible, para alcanzar sus estadios mejores de desarrollo en las diferentes comunidades.

Por eso el componente de buscar la paz y la concordia entre las diferentes naciones es un diferencial de los sistemas democráticos que buscan o deberían buscar el mejor desarrollo de los pueblos.

La paz no solo es la ausencia de conflictos. A mí me gusta mucho el concepto del término de Shalom judío, que es traducido al castellano: ‘paz’, pero que es mucho más amplio, que habla de una paz integral, que además incluye el deseo de una vida saludable y próspera.

Los gobernantes en una democracia, a diferencia de otros regímenes, tenemos un fuerte condicionamiento de los gobernados, que ahora tienen nuevos y tecnológicos medios de ejercer más efectiva esa presión para alcanzar la seguridad, la prosperidad y la felicidad. Y esos objetivos solamente se pueden alcanzar si tenemos paz.

Los Estados democráticos con el pleno ejercicio del Estado de derecho, son los únicos sujetos del Derecho Internacional que pueden, de la mejor manera, garantizar, promover y defender la paz entre las naciones.

Muchas gracias.